"El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar."
Sun Tzu.
"El Arte de la Guerra."
Proverbio de India.
Frases Zen.
Proverbio de India.
Proverbio samurái.
Dalai Lama.
Proverbio de India.
Sabiduría Samurái.
Tsunemoto Yamamoto.
Lao Tse.
"Controla tu ira. Si tienes ira hacia los demás, serán ellos quienes tendrán el control sobre ti."
Miyamoto Musashi.
Querían divertirse un poco y pasar un buen día en el campo. Prepararon algunos alimentos, se reunieron a la salida del pueblo al amanecer y emprendieron la excursión. Iban caminando alegremente por los campos charlando sin cesar entre grandes carcajadas.
Llegaron frente a un río y, para cruzarlo, cogieron una barcaza que había atada a un árbol. Se sentían muy contentos, bromeando y chapoteando en las aguas. Llegaron a la orilla opuesta y descendieron de la barcaza.
¡Estaba siendo un día estupendo! Ya en tierra, se contaron y descubrieron que solamente eran nueve. Pero, ¿dónde estaba el décimo de ellos? Empezaron a buscar al décimo hombre. No lo encontraban. Comenzaron a preocuparse y a lamentar su pérdida. ¿Se habrá ahogado? ¿Qué habrá sido de él? Trataron de serenarse y volvieron a contarse. Sólo contaban nueve. La situación era angustiosa. Uno de ellos se había extraviado definitivamente. Comenzaron a gimotear y a quejarse.
Entonces pasó por allí un vagabundo. Vio a los hombres que otra vez se estaban contando. El vagabundo descubrió enseguida lo que estaba pasando.
Resulta que cada hombre olvidaba contarse a sí mismo. Entonces les fue propinando una bofetada a cada uno de ellos y les instó a que se contaran de nuevo. Fue en ese instante cuando contaron diez y se sintieron muy satisfechos y alegres.
El décimo hombre no era una nueva adquisición. Siempre estuvo allí, como el Ser que reside dentro del ser humano. Nunca ha estado ausente. En cuanto se disipe la ofuscación de la mente será percibido.
Leyenda de India.
El Buda jamás perdía la sonrisa y mantenía una calma imperturbable. Hasta tal punto conservaba la quietud y la expresión del rostro apacible, que un día los discípulos, extrañados, le preguntaron:
-Señor, ¿cómo puedes mantenerte tan sereno ante los insultos?
Y el Buda repuso:
-Ellos me insultan, ciertamente, pero yo no recojo el insulto.
Leyenda de China.
Uno de ellos había sido enormemente rico y, aun después de haber cortado con sus lazos familiares y sociales y renunciar a sus negocios, su familia cuidaba de él y disponía de varios criados para que le atendieran. El otro sadhu era muy pobre, vivía de la caridad pública y sólo era dueño de una escudilla y una piel de antílope sobre la que meditar. Con frecuencia, el sadhu pobre se jactaba de su pobreza y criticaba y ridiculizaba al sadhu rico. Solía hacer el siguiente comentario: Se ve que era demasiado viejo para seguir con los negocios de la familia y entonces se ha hecho renunciante, pero sin renunciar a todos sus lujos. El sadhu pobre no perdía ocasión para importunar al sadhu rico y mofarse de él. Se le acercaba y le decía: Mi renuncia sí que es valiosa y no la tuya, que en realidad no representa renuncia de ningún tipo, porque sigues llevando una vida cómoda y fácil. Un día, de repente, el sadhu rico, cuando el sadhu pobre le habló así, dijo tajantemente:
–Ahora mismo, tú y yo nos vamos de peregrinación a las fuentes del Ganges, como dos sadhus errantes.
El sadhu pobre se sorprendió, pero, a fin de poder mantener su imagen, tuvo que acceder a hacer una peregrinación que en verdad le apetecía muy poco. Ambos sadhus se pusieron en marcha. Unos momentos después, súbitamente, el sadhu pobre se detuvo y, alarmado, exclamó:
–¡Dios mío!, tengo que regresar rápidamente.
En su rostro se reflejaba la ansiedad.
–¿Por qué? -preguntó el sadhu rico.
–Porque he olvidado tomar mi escudilla y mi piel de antílope.
Y entonces el sadhu rico le dijo:
–Te has burlado durante mucho tiempo de mis bienes materiales y ahora resulta que tú dependes mucho más de tu escudilla y tu piel que yo de todas mis posesiones.
El secreto está en no ser poseído por lo que se posee.
Leyenda de India.
La estatua de Buda era de madera fina, construida por un artesano respetado y mantenida por los monjes en un perfecto estado de conservación.
En la cara del Buda se reflejaba una paz absoluta, en un semblante tranquilo y casi humano.
Los dos monjes dialogaban sobre el estado aparente del Buda, uno de ellos aseguraba que esa era la paz perfecta, el otro respondía que era imposible alcanzarla de tal forma, ya que la estatua era un ser inerte, que un hombre no podía lograrlo jamás.
La discusión continuaba sin tener un punto en común, uno buscaba imitar la estatua, el otro sostenía que era imposible.
Fue entonces que el Maestro de ambos que caminaba por allí se acercó y los escuchó con atención, después de un rato les contestó, ambos tienen razón y están equivocados a la vez.
La respuesta fue la siguiente:
La estatua refleja la calma absoluta, el objetivo final de cada practicante del Budismo, pero no tiene corazón, sus sentimientos son inexistentes y estos son los que nos impiden la ansiada calma, pero no es imposible lograrla sino el Camino que emprendimos no tiene sentido.
Leyenda de China.
El maestro del té, que no tenía experiencia con las espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen quien sí tenía la habilidad. Mientras su amigo le servia, el espadachín Zen que no lo podía ayudar, notó cómo el maestro del té realizaba su arte con perfecta concentración y tranquilidad. “Mañana”, dijo el espadachín Zen, “cuando se enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su cabeza, como si estuviera listo para embestir, y dele la cara con la misma concentración y tranquilidad con las cuales usted realiza la ceremonia del té”.
Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, alistándose para atacar, miró fijamente durante largo tiempo la cara completamente atenta pero tranquila del maestro del té. Finalmente, el soldado bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin que un solo golpe fuera dado.
Leyenda de Japón.
Hijo, esas emociones no existen de unos a otros, sino de uno a uno mismo. Todo lo que sucede en tu realidad lo creas tú mismo, a veces por hacer y otras por no hacer. No es que el otro te ofenda, es que tú te menosprecias. Cuando el hombre tome conciencia de esto, dejará de existir el odio y la ira.
Cuento Zen.
Por eso, el hombre le indicó a la niña:
-Amiguita, para evitar que pueda ocurrirnos un accidente, lo mejor será que, mientras hacemos nuestro número, yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo que estoy haciendo yo. De ese modo no correremos peligro, pequeña.
Pero la niña, clavando sus ojos enormes y expresivos en los de su compañero, replicó:
-No, Babu, eso no es lo acertado. Yo me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti, y así, estando cada uno muy pendiente de lo que uno mismo hace, evitaremos cualquier accidente.
Leyenda de India.
Cuando lo traía, el animal lo picó y debido al fuerte dolor, el monje lo dejó caer sobre el agua. Pero rápidamente regresó a la orilla y con una rama de árbol lo tomó y lo llevó a la orilla.
Con gran dolor en su mano, el monje regresó junto a sus discípulos que observaban la escena perplejos.
Uno de ellos le dijo: "Maestro ¿por qué salvó al escorpión? Yo lo habría dejado ahogarse, mas aún después de lo que le hizo. Pero usted le respondió con su ayuda, ese animal no merecía compasión."
El monje le respondió:
"El escorpión actuó de acuerdo a su naturaleza, y yo de acuerdo a la mía."
Sabiduría de India.
"Si alguien llega hasta ti con un regalo, y no lo aceptas.
¿A quién pertenece el obsequio?
Su alumno respondió:
"A quien intentó entregarlo."
El Maestro respondió:
"Lo mismo vale para la envidia, los insultos y la rabia, cuando no se aceptan continúan perteneciendo a quien los lleva consigo."
Enseñanzas de los guerreros Samurai.
“No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita.”
“Más vale usar pantuflas que alfombrar al mundo.”
“Alégrate porque todo lugar es “aquí” y todo momento es “ahora”.”
Buda.
Estaban en una postura incomoda para las dos. La ostra no podía cerrar sus conchas de protección y la grulla no podía retirar su largo pico. Pero la grulla no quería soltar la presa y la ostra tampoco quería librar al agresor. Empezaron a discutir dispuestas a no ceder ni un ápice:
—Si no me sueltas, te vas a morir deshidratada —maldecía la grulla.
—Tú también te morirás de hambre en dos días, contestaba la ostra con el mismo tono de enemistad.
Tan frenética discusión se prolongó toda la mañana. Al mediodía aún continuaban la contienda sin cesar. Al parecer, no iban a ponerse de acuerdo nunca.
En eso pasó un pescador, las vio y se rió a carcajadas. Las dos se convirtieron en presa del afortunado pescador. Ya en la cocina, las dos seguían forcejeando sin ceder un ápice.
De igual y necio modo procedemos los seres humanos, creando inútiles fricciones hasta que la muerte nos toma.
Leyenda China.
El animal acostumbraba atacar a cualquier ser vivo, comía bueyes enteros y los aldeanos estaban aterrorizados porque el dragón escupía fuego y sobrevolaba la aldea diariamente.
En el frío invierno, el emperador envió a esa región a sus mejores soldados, fuertemente armados y dispuestos a matar al dragón, sin embargo sus esfuerzos fueron en vano.
El animal descubrió las intenciones de los soldados y atacó rápidamente, lanzando fuego sobre ellos y masacrando con sus garras a los que quedaban vivos.
Finalmente, cansado y con frío el dragón negro se refugió en una amplia cueva que parecía estar desocupada. Se acomodó en un rincón y se dispuso a dormir, pero vio en un rincón una pequeña mancha negra que se agitaba.
El dragón acercó su cara a ella y notó que la mancha era un pequeño murciélago y con desprecio le dijo: “Desaparece de aquí, esta ahora es mi cueva.”
El pequeño murciélago ni se inmutó, y el dragón enfurecido lanzó fuego para asustarlo.
El murciélago le contestó: “Esta es mi cueva y serás tú quien se irá.”
El dragón estalló en carcajadas y contestó: “¿a mí me vas a expulsar? He arrasado con ejércitos de humanos, destrozado aldeas enteras y un ser insignificante como tú me expulsará…”
El murciélago contestó: “¡si quieres guerra, te la daré!”
Fue entonces que el animalito se lanzó como un rayo sobre el dragón y le mordió con sus afilados colmillos detrás de la oreja. El dragón desesperado de dolor lanzaba fuego en todas las direcciones pero el pequeño murciélago continuaba atacándolo.
Las escamas del dragón eran muy duras, pero los agudos colmillos del murciélago atacaban entre ellas causando gran dolor y desesperación.
Finalmente, el dragón muy dolorido y cansado de luchar se retiró de la cueva, mientras el murciélago orgulloso salió a proclamar su victoria a los cuatro vientos sin percatarse de la cantidad de telas de arañas que lo atraparon, allí pereció de hambre y frío.
“En la guerra, no hay enemigo pequeño ni lugar para el descuido…”
Leyenda de China.
En el antiguo Japón, los samuráis vivían bajo un código que los guiaba en cada acción, conocido como el Bushido . Una frase que refleja el...