Cuenta la leyenda que existió un dragón negro que tenía aterrorizada a la región de Hung, en China.
El animal acostumbraba atacar a cualquier ser vivo, comía bueyes enteros y los aldeanos estaban aterrorizados porque el dragón escupía fuego y sobrevolaba la aldea diariamente.
En el frío invierno, el emperador envió a esa región a sus mejores soldados, fuertemente armados y dispuestos a matar al dragón, sin embargo sus esfuerzos fueron en vano.
El animal descubrió las intenciones de los soldados y atacó rápidamente, lanzando fuego sobre ellos y masacrando con sus garras a los que quedaban vivos.
Finalmente, cansado y con frío el dragón negro se refugió en una amplia cueva que parecía estar desocupada. Se acomodó en un rincón y se dispuso a dormir, pero vio en un rincón una pequeña mancha negra que se agitaba.
El dragón acercó su cara a ella y notó que la mancha era un pequeño murciélago y con desprecio le dijo: “Desaparece de aquí, esta ahora es mi cueva.”
El pequeño murciélago ni se inmutó, y el dragón enfurecido lanzó fuego para asustarlo.
El murciélago le contestó: “Esta es mi cueva y serás tú quien se irá.”
El dragón estalló en carcajadas y contestó: “¿a mí me vas a expulsar? He arrasado con ejércitos de humanos, destrozado aldeas enteras y un ser insignificante como tú me expulsará…”
El murciélago contestó: “¡si quieres guerra, te la daré!”
Fue entonces que el animalito se lanzó como un rayo sobre el dragón y le mordió con sus afilados colmillos detrás de la oreja. El dragón desesperado de dolor lanzaba fuego en todas las direcciones pero el pequeño murciélago continuaba atacándolo.
Las escamas del dragón eran muy duras, pero los agudos colmillos del murciélago atacaban entre ellas causando gran dolor y desesperación.
Finalmente, el dragón muy dolorido y cansado de luchar se retiró de la cueva, mientras el murciélago orgulloso salió a proclamar su victoria a los cuatro vientos sin percatarse de la cantidad de telas de arañas que lo atraparon, allí pereció de hambre y frío.
“En la guerra, no hay enemigo pequeño ni lugar para el descuido…”
Leyenda de China.
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